En la historia existe un periodo que se llama “La era de la ignorancia”. En ese periodo, en la Península Arábiga, la gente adoraba ídolos y pasaba todo el tiempo bebiendo alcohol y apostando en los juegos de azar. Se asumía que los poderosos detentaban todos los derechos, las mujeres se compraban y vendían como si fueran una mercancía y las hijas se enterraban vivas. Pero no era solo la Península Arábiga; el mundo entero estaba sumido en la oscuridad. Las condiciones en Asia, África y Europa no eran diferentes. Por supuesto que había personas sabias y sensatas, aunque su número era pequeño, que no estaban contentas con la situación y suplicaban al Ŷanâb-i Haqq (Allah) que pusiera fin a esos tiempos tan oscuros. Allahu ta'âlâ, que se apiadaba de los seres humanos, envió profetas que vivieron en épocas y lugares diferentes. Y designó a Hadrat Muhammad (sallallâhu ’alaihi wa sallam) como Su último Profeta y Mensajero para iluminar esa oscuridad.